Sobre memes y autoría
[como cuando el copyright infecta la producción de cultura en la era digital]
Últimamente me he visto rodeado de memes. Yo, que vengo más bien de otros sitios. Inicialmente de la poesía escrita, poesía-texto, poesía-libro. Luego mi camino se ensanchó y entraron la imagen y el sonido: videopoesía (una de tantas posibles manifestaciones de lo que denominamos poesía electrónica). Y, en ese tránsito, varias fronteras se han difuminado: disciplinas que nuestra educación formal a menudo separa han terminado por unirse. Ahora sé que, así como no existe una división real entre alta cultura y cultura popular, tampoco hay algo real que separe (en la práctica artística) a la imagen (fija o en movimiento) del sonido, del texto, etc. Es todo efecto del vicio de la hiper-especialización en los planes de estudio universitarios (entre otras razones). Ha sido un proceso de des-aprendizaje, el mío, en gran medida. Ya en otro texto he escrito sobre cómo, a través de la alt lit y el trabajo de Michael Hessel-Miel, se encendió en mi cabeza el foco de las posibilidades poéticas del meme (entonces concebido como poco más que un chiste entre la mayoría de lxs usuarixs de Internet). Y si bien eso sucedió hace ocho años, me parece que es hasta ahora que lo comienzo a comprender.
Cuando vivía en el mundo libro —en el mundo texto, en el mundo poesía-poesía— entendía la autoría como la aprendí en la escuela (y durante mi primer proceso de publicación de libro): como propiedad privada. “Esto que escribí es de mi propiedad y no puede reproducirse sin mi autorización”. Pero luego sucedió el tránsito de mi escritura hacia las pantallas —proceso paralelo a la publicación de más obras registradas como propiedad privada intelectual en las oficinas de INDAUTOR (oficina de derechos de autor en México)— y un evento canónico: alguien pirateo uno de mis libros, emoji de algo muerto, y lo subió a Scribd (si la memoria no me falla). Más personas lo leyeron, vendí más ejemplares de lo usual. Entendí realmente para qué servía lo que en ese entonces había llamado “piratería”. Escribiendo en, desde y para Internet, me encontré inmerso en grupos: Los Perros Románticos, los Aceleraditos, y finalmente revista hiperpoesía. La escritura (& todo lo que la envuelve), que antes hubiera dicho “mía”, se había tornado “nuestra”, y la gota que derramó el vaso, en esta historia “mía”, fue mi encuentro con Kenneth Goldsmith (su libro Escritura no-creativa) y con Cristina Rivera Garza (su libro Los muertos indóciles). Para entonces, mi escritura ya no era solo texto en pantallas, sino texto + sonido + imagen. Texto que no siempre escribía por completo yo, sonidos usualmente sampleados, imágenes usualmente tomadas de Internet y alteradas, glitcheadas, modificadas. La idea del autor-genio-original, productor de obras-propiedad privada, sujeto del neo-liberalismo (como diría Enrique Guinsberg), se había tornado insostenible.
Y así llegamos a los memes. En 2023, el meme no es más un chistín inofensivo que se comparte para provocar la risa y ya. Hoy, desde distintos ángulos y escuelas de pensamiento, se esgrimen los prefijos post, hyper, xeno, etc, para hablar de un artefacto cultural que sirve para un montón de cosas. Memes que tienen una intención poética (poememes, se les ha llamado, y el término ha producido un particular escozor). Meta-memes que buscan la propia muerte del meme (muerte simbólica, como cuando hablamos de la muerte del autor). Memes que utilizan el formato meme para difundir ideas peligrosas para la hegemonía tecnocapitalista. Memes políticos que pretenden un uso emancipatorio de la tecnología, e insisten sobre la condición maleable de todo (el cuerpo, el género, lo “natural”, etc.). En medio de esta explosión cultural, que deja tras de sí una ola expansiva de necesaria discusión política, preguntamos: ¿el meme tiene autorxs?. Y si lxs tiene, ¿cómo opera la autoría en la producción, difusión y consumo de éstos?
Leyendo a Cristina Rivera Garza y a Yásnaya Aguilar Gil aprendimos que lo que conocemos como “literatura” nació a finales del siglo XVIII (idea de John Guillory expuesta en su Cultural Capital: The Problem of Literary Canon Formation), al surgir eso que llamamos “burguesía”, de la mano del capitalismo. El autor, productor de mercancías literarias para el consumo de la burguesía, nació como byproduct de ese proceso. Ese autor, el que produce obras-propiedad privada, consiguió sobrevivir hasta que Internet desplazó a los medios que le precedieron como epicentros desde donde se producía la cultura de masas. Si bien hay quien, en pleno siglo XXI, bajo los terribles estragos del capitalismo tardío que la mayoría de lxs habitantes del planeta sufren (algunos sabiéndolo, otros no), defiende esa misma idea de autor-copyright-capitalista, es evidente que algo ha cambiado. César Rendueles, en su texto Copiar, robar, mandar, advierte:
(…) el peor efecto del sistema de copyright —un efecto al que difícilmente podemos escapar a través de iniciativas tan encomiables como la del copyleft— es que propicia el monopolio de la esfera pública por parte de los grupos de poder económico y político. No creo que sea muy difícil de entender cómo la tendencia a la concentración —una característica crucial de la reproducción ampliada del capital— favorece la complicidad entre el poder político y la prensa.
En casi todas las artes-disciplina de la Alta Cultura, desde hace varias décadas, se discute la idea del autor muerto. En la literatura cada vez más, pero muy marginalmente. En fin: cosas que se dicen más de lo que se hacen. Sin embargo, en la esfera del meme decir algunas cosas sería casi que obvio. Lo que en la Alta Cultura podría parecer transgresor y subversivo, en el mundo meme es el pan de cada día. Algo similar pasa en el universo de lxs programadorxs: casi ningún código es de alguien exclusivamente, tal como me confirmó Malintzin Cortés aka CNDSD —música, artista digital y programadora mexicana— en una charla que impartió en el marco del Festival ENCLAVE (CDMX). En el universo del meme tal parece que se da por sentado que el autor ha muerto, que el meme es un bien común, que a alguien se le ocurre una plantilla, y que esa misma plantilla es modificada hasta que se agota —tiempo de vida a veces muy reducido— y surge otra. Es la cultura del copiar y pegar, del no crear sino intervenir, re-contextualizar, samplear, alterar, añadir capas de significantes.
En una charla reciente impartida por Alberto López Cuenca, en el marco de la “VI Escuela de crítica de arte - Volver a la escritura”, él decía algo como: “autoría no es igual a propiedad”, y que lxs autorxs en la era digital “no son dueñxs del significado, sino que añaden capas de significantes” y que “agregar capas de significantes es una tarea colectiva”. ¿Cómo se manifiesta esto en los memes?. A diferencia del mundo pre-Internet, muchos de los memes se suben a cuentas a menudo administradas por más de una persona. Y, las personas que administran, existen detrás de un avatar, de un username, que pocas veces es el nombre que aparece en sus pasaportes. La tarea colectiva de añadir capas de significantes en la circulación del artefacto cultural meme viene acompañada del abandono del nombre. De ese nombre-autor-sujeto del neo-liberalismo. Las cuentas de memes, a diferencia de lxs autorxs pre-Internet, explícitamente colaboran y generan posts en conjunto, y esa unión potencia el alcance de las ideas contenidas en cada post.
Y llegamos así a hablar de ideas. Y de ideas puestas en acción, de ideas performativas como a las que parece referirse Mark Fisher cuando habla de “modernismo popular” o a las que se refieren Nick Land y la Cybernetic Culture Research Unit cuando hablan de “hiperstición”. Quizá uno de los elementos más valiosos de los memes del presente, desde una perspectiva estética y política a la vez (¿cómo desarticularnos las fronteras?), es que sirven como vehículos para las ideas. Ya sea desde el prefijo hyper, xeno o post, los memes están haciendo lo que en otro tiempo la música o la cultura pop de gran alcance pudieron hacer: usar una plataforma masiva para poner en duda lo que la lógica del capital había tatuado en nuestras mentes durante nuestra educación neo-liberal, especista, machista, disciplinar, etc). Algo sobre esto ya había reflexionado Conde de Lince en un post de @revistahiperpoesia, y a mí sólo me gustaría enfatizar en esa cualidad productora de futuros que posee el meme contemporáneo.
Más que cualquier expresión de la Alta Cultura, el meme tiene la potencialidad de modificar realidades, de producir lo que creemos imposible, de ponernos a hablar de lo que consideramos impronunciable. Habiéndonos dado cuenta de esto, ¿cómo volver a escribir nuestros libritos, a hacer nuestras cancioncitas, nuestros dibujitos, sin sentirnos un poco tontxs?, ¿cómo no re-pensar nuestros procesos y aprender de lo que el meme, en tiempo real, nos enseña? Habría que ser, en el contexto temporal del genocidio palestino y lxs desaparecidxs en México (por poner dos ejemplos), partidarios cobardes o fascistas —palabras de James Ganas— del arte por el arte. Habría que vivir bajo una cueva de privilegios que es imperdonable que exista en un mundo en el que casi todxs tenemos en el bolsillo un espejo negro que nos conecta con la revolución del meme a la velocidad que permite la fibra óptica. Escribe César Rendueles: “el único consejo sensato que hoy podría darle Rilke a un adolescente sería que se dedicara a la contrainformación en Internet (…) y dejara la composición de elegías para sus ratos de ocio”.
Ahora: ¿cuál es el autor que muere, en la dinámica contemporánea de flujo cultural en que se inscribe el meme? Sobre esto hablé con dos personas: @antimemoria_____ y Yomara Naomi. Con @antimemoria_____ platicaba sobre la importancia de que personas de nuestra geolocalización (periférica), contexto socioeconómico y color de piel reclamemos cierto tipo de autoría, es decir: el derecho a contar(nos). Y aquí se une con lo que hablé con Yomara, y lo que leí en su texto El vacío como diálogo teórico, sobre la muerte del autor y bell books. En ese texto, Yomara conecta la idea de la muerte del autor (nacida en el seno de la blanquitud intelectual) con la necesidad de que sectores de la sociedad, que han sido prácticamente borrados y cuyas narrativas han sido contadas por la clase blanca dominante, tengan el derecho de contar(se) sin que las narrativas resultantes sirvan de fetiche para un receptor blanco carente de identidad (hooks lo ilustra con el ejemplo del rap). Naomi concluye sugiriendo que quizás convenga que el autor mitológico-genio-original-neoliberal-copyright-capitalista muera, pero que la función-autor de la que habla Foucault permanezca en manos de quienes no han tenido históricamente el derecho a contar(se).
Soy un autor prieto. Conozco memerxs prietxs. Muchxs de ellxs, ya decíamos arriba, renuncian al nombre de pila y se llaman según su username. Este fenómeno llega al extremo de quienes se niegan por completo a revelar su identidad, como es el caso de lx poememerx @u38eb3ud8ns. Se niegan a figurar, a ser dueños-de, a ser autorxs-propietarixs-capitalistas. También existe una memésfera de la blanquitud, quizás más enfocada en aumentar los seguidores de sus cuentas para luego ofrecer campañas de marketing a compañías (que sin memes difícilmente podrían vender algo). De esa esfera suelen provenir lxs memerxs depredadorxs, autorxs-colonizadorxs-usurpadorxs-capitalistas, que asimétrica y abusivamente hurtan el trabajo de otras cuentas (y llegan incluso a propiciar su desaparición). Esxs memerxs nos importan poco, dado que estamos pensando el meme como un vehículo para la producción cultural de vanguardia, y no nos gustaría compartir la idea que ellxs tienen de “autoría”. Es también comprensible el ímpetu que surge de la necesidad de defenderse ante el embate de aquellxs miserables. Es compartida la frustración y la rabia.
¿Cómo, entonces, entender la autoría del meme? Acá es clave traer a cuenta cómo las Inteligencias Artificiales, espejos de los deseos y pulsiones humanos (al menos en la superficie), afectan la concepción tradicional de lo que es unx autorx. Las IAs —en concreto: los modelos del lenguaje— recopilan datos, los recombinan, los reacomodan, recontextualizan… en fin, en palabras de Jhoerson Yagmour Figuera: desnudan el proceso no-creativo de la escritura con una claridad imposible de no ver. ¿Nos creemos inventorxs en la era de las IAs?, ¿no hemos podido vernos en ese espejo digital como remixers, recombinadorxs, recontextualizadorxs, etc.? En eso parece consistir la autoría contemporánea, notoria de modo particular en el artefacto cultural llamado meme: agregar capas de significantes a una plantilla. Sin embargo, surge la pregunta: ¿qué capas añadir y desde qué perspectiva? Hace unos días, mientras charlaba sobre el sesgo inherente en los modelos de lenguaje (IA), los cuales tienden a recopilar conocimiento principalmente producido en el norte global para sus bases de datos, propuse (un tanto en broma, pero si quieres no es broma) la idea de entrenar una Red Neuronal con lo opuesto: conocimiento, escrituras, saberes y cultura generados desde aquello que la hegemonía blanca invisibiliza o usurpa. Al llevar a cabo algo así, al ver de cerca esos procesos, quizás podríamos movernos hacia una comprensión menos antropocéntrica de lo que significa ser autorx, más conectada con la red de interrelaciones que se establece con todos los elementos involucrados en el proceso de crear un meme: nuestros exocerebros (en palabras de Jorge Carrión), que incluyen celulares, tabletas, computadoras, algoritmos, etc.
¿Qué hacemos con esa idea de autor, en la era de la cultura mediada por la digitalidad, la transmedialidad, el meme y las IAs? Quizás decir: “esto lo hice yo: le añadí esta capa de significantes, pero no es mío (sino de quien lo quiera tomar)”. Quizás decir: “lo hice, además, no solo yo, sino acompañadx de todo lo que permite que el meme exista: tecnología, saberes, recursos naturales, otras personas”. Y decir también: “lo hice desde acá, no desde donde la autoría-capitalista-blanca-antropocéntrica-burguesa, sino desde el otro lado: desde —hablando de mí— la realidad que experimenta un mexicano prieto de la periferia, neurodivergente, de clase trabajadora, etc”. Me parece que privatizar el meme sería entorpecer la libre circulación del pensamiento y la cultura del presente. De este presente, en el que es posible ser autorx sin reproducir de manera explícita modos de producción capitalista. ¿Vamos a vencer a quien nos golpea y oprime usando sus mismas armas? Como se lee en el Manifiesto Xenofeminista de Laboria Cuboniks:
“queremos
formas superiores
de corrupción.”